HOMENAJE: INGEBORG BACHMANN

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INGEBORG BACHMANN, ERRANTE ESCURRIDIZA

Viaje romano hacia la muerte

 

 

Ninguna ciudad más visitada que Roma, al extremo de convertir su recorrido en un reto para el arte, perfeccionado durante el Renacimiento. Y es que la Edad Media sólo fue pródiga en peregrinos.
En ocasión del Jubileo 2000, Alejandro Oliveros ha preparado para Verbigracia cuatro crónicas de viajes cuyos protagonistas optaron por hacer de la capital de Italia un espacio para la vida y la muerte. La primera de estas historias es la de Ingeborg Bachmann, poeta austríaca -"la más inteligente"- que allí encontrase "su tierra primogénita" y el mejor lugar para morir


En un hospital romano ha muerto
el poeta más inteligente e importante
que nuestro país ha producido en este siglo

Th. Bernhard

 

 

 

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La culminación del Jubileo de 1950, el gran Año Santo decretado por Pío XII, tuvo lugar durante el mes de noviembre. Más de 150.000 personas compartieron el espacio de plaza San Pedro para ser testigos de la proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen. El renovado prestigio de la madre de Cristo se consolidará en 1954, con la consagración del Año Mariano (Roma, la città del Papa. Al cuidado de Luigi Fiorani y Adriano Prosperi. Annali 16. Giulio Einaudi Editore, 2000). En 1953, alejado de todo probable misticismo, moría en Moscú Josef Stalin. Su muerte fue lamentada a nivel planetario. En Roma, el flemático Palmiro Togliatti se refería al jefe soviético en términos épicos: "…un gigante del pensamiento, un gigante de la acción… Desaparece el hombre. Se apaga la mente del pensador intrépido. Termina la vida heroica del combatiente victorioso. Su causa triunfa. Su causa triunfará en todo el mundo", etcétera. A pesar de la elocuencia de Togliatti, no era precisamente una mayoría la que compartía sus convicciones en Italia. Lo contrario.

La década de los cincuenta es la década del "sorpasso". El "milagro" económico que cerraba para buena parte de la población el penoso episodio de la posguerra. Un nuevo bienestar comienza a sentirse en las grandes ciudades industrializadas. El entusiasmo será expresado por Vittorio Gasmann en películas como Il sorpasso. En Roma, el "miracolo" se observa en los establecimientos de via Venetto. La "dolce vita" se extiende, amparada en la complacencia de la Democracia Cristiana frente a las exigencias del Departamento de Estado. De nuevo, viajeros y turistas recorren las calles y monumentos de la Ciudad Eterna. Lo mismo escritores y artistas. Y cineastas. Todo está preparado para que el genio de Fellini, un visitante llegado de Rimini, transforme a via Venetto en la gran metáfora de aquella década "milagrosa". La luz dorada de Roma se hace blanca en esas noches marcadas para siempre por la exuberancia de Anita Ekberg y el entusiasmo de "vitellone" de Marcello.

Nuevos locales, bares, cafés, restaurantes, son abiertos y los viejos son restaurados y rebautizados. El exclusivo "Open Gate" se convierte en "Victor". Siempre en via Venetto, se inaugura el "Caffè de Paris", diseñado por Franco Borsi, y que será la sede de la imaginaria "Universidad Libre Mario Pannuzio", entre cuyos "docentes" se encontraban Indro Montanelli y Eugenio Scalfaro, compañero fraterno de Calvino en el liceo. Ungaretti, por su parte, cubierto de lanas, incluso en verano, prefiere acomodarse a cierta distancia, entre las mesitas del "Caffè Stregha". Por esos años, en 1955 exactamente, Pasolini publica su Las cenizas de Gramsci. Roma no se detiene a pensar en las eventuales consecuencias del "olvido del Ser" o en las posibilidades, a nivel metafísico, de una existencia "absurda". Roma, más que nunca, es la ciudad para vivir, "rica, feliz, corrupta y desesperada" (M. Mafei). Son los "años de goma", como se les llamará más tarde. No obstante, algunos de los invitados al convite creen percibir, detrás de las risas, el rictus que modela toda tragedia. Los "años de plomo" esperaban en una de las esquinas del recorrido obligado. En el cruce de via Venetto con via Ludovisi, por ejemplo. La austríaca Ingeborg Bachmann era uno de esos participantes, uno que había observado, con precisión de profeta, la cercanía relativa del desastre:

Vienen días más duros.
El tiempo postergado hasta nuevo aviso
asoma por el horizonte.
Pronto tendrás que amarrarte los zapatos
y enviar los perros de vuelta…
Las vísceras de los peces
se han enfriado al viento
y arde pobremente la luz de las palmeras.
Tu mirada rastrea la niebla:
el tiempo postergado hasta nuevo aviso
asoma por el horizonte.
                 …
Vienen días más duros.

Hace muchos años que via Venetto dejó de ser el espacio mágico de La dolce vita. Los "años de plomo" la envejecieron prematuramente. Las actividades de los "Brigadisti Rossi" convirtieron en riesgo la vida de cafés y el deambular nocturno. Nada ha sido igual en Italia desde el descubrimiento desafortunado del cadáver de Aldo Moro en la maleta de un carro. Algo de fantasmagórico envuelve el trazado vial que se extiende de "Porta Capuana" a "Piazza Barberini". Sin embargo, cada vez que apresuro los sedientos pasos hacia la barra del "Harry's Bar", puedo escuchar las voces del lejano convite, las cornetas permanentes de los Alfas y Lancias, empeñados en justificar su presencia en el mundo de la manera más ruidosa. Me llegan los gritos y susurros sesentistas y, en una de las mesas del "Doney", distingo la sonrisa alucinada de la bella Ingeborg Bachmann en una de las escalas de sus ininterrumpidos viajes, del Seconal al Nembutal y de allí al apartamento de via Giulia.

 

 

 

 

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El cielo en la ciudad
A mediados de 1954 llegaba a Roma Ingeborg Bachmann. Doctora en Filosofía con una tesis sobre Martin Heidegger, varias narraciones publicadas en revistas, algunas obras de teatro para radio. Y, fundamentalmente, un libro de poesías que le valió una portada en Der Spiegel, El tiempo recobrado. En Roma, Bachmann se encarga de la corresponsalía del Westdeutschen Allgemeinen, con el seudónimo de "Ruth Keller". La escogencia de otro nombre para sus colaboraciones habla más de su personalidad que los cientos de artículos que han tratado de descifrarla. Un apellido hebreo para esta austríaca católica de asegurada sangre "aria". Así será siempre. En su vida y en su literatura. Cuando, como lector, creo haberla precisado en alguno de sus poemas o novelas, se me escapa de las manos con la agilidad de una anguila. Como uno de los hombres que mejor la conoció, Max Frisch se refiere a esta peregrina habilidad para escurrirse y desaparecer. La desesperación de Frisch no es muy distinta a la que he sentido durante años de reiteradas lecturas:

Comprendo que no quiero vivir sin ella. "Roma non risponde", no logro entender que no pueda localizarla durante toda una noche, ni tampoco de día. "Roma non risponde". Puedo imaginar toda clase de motivos… Hay algo que agota mi paciencia y es aquella pausa sonora hasta que de nuevo llega la misma voz: "Roma non risponde" …¿No habrá recibido mis cartas? La quiero, la amo. "Roma non risponde…".

Desde temprano, Ingeborg Bachmann se atrinchera en uno de los cafés de via Venetto, para ver de "dónde salen las calles de Roma, esa entrada triunfal del cielo en la ciudad". Con ella, en la misma mesa del "Doney", los alemanes y austríacos que llegaban a purificar sus culpas en el espacio mediterráneo. Entre otros, Toni Kinlechmer, Marie Luise Kaschnitz, Hermann Kesten y Gustav René Hocke. Para la Bachmann, Roma va a ser algo más que una residencia prolongada. Si toda vida tiene dos polos y cada existencia dos paisajes, Roma será para Bachmann uno de ellos. Su "Tierra primogénita", dirá en un poema. La "Mirabilia Urbis" es la ciudad más abierta, pero también la más secreta. Los que lo saben todo, apenas saben eso. Que no es mucho en Roma. Bachmann conoció no pocos de los secretos de la vieja capital. Incluyendo el más terrible de ellos: la sensación o, mejor dicho, la certeza de que Roma es la mejor ciudad para morir.

El nomadismo "anguilar" de la autora de El tiempo postergado no se agotó con el traslado a Roma. Lejos de eso. Durante años de intermitentes residencias, se desplazó por una docena de direcciones. Sólo conozco algunas. Apenas llegada a la urbe, se refugió en la tranquilidad de Palazzo Ossoli, Piazza della Quercia, N0 1. Aquí no duró mucho. Luego, serán via Vecchiarelli N0 38; via Giulia N0 102, donde vivió con Frisch; via de Notaris N0 1; via Bocca di Leone N0 60, hasta via Giulia N0 66, donde las llamas la esperaban para agotar, entre los humos, aquella errancia brillante y torturada. En "Curriculum Vitae", uno de los grandes poemas del alemán moderno, se había referido a su condición:

En una época obligada
se debe huir de una luz a otra,
de un país a otro. Bajo el arcoiris,
la brújula apunta al corazón.
Ahora la vista del paisaje. Desde
las montañas se ven los lagos; en los lagos
las montañas mientras en las nubes doblan
las campanas del único mundo. Saber de qué mundo
se trata, está prohibido para mí.

De Valencia a Roma
Lo primero que leí de Ingeborg Bachmann fueron unos poemas en una perdida antología de poesía alemana editada en Buenos Aires por Sudamericana. Eso fue en Valencia, hacia 1968, durante mi tercer año en la carrera de Medicina. No creo recordar cuáles eran los textos escogidos. Sí recuerdo que me parecieron oscuros y brillantes. Extraños y distintos. Algo me recordaba al Rilke de Nuevos Poemas. Aunque ahora no creo que la relación resista demasiado. Pero la impresión se mantiene. Me parecieron oscuros. Pero antes que alejarme, aquel hermetismo me cautivó para siempre. No es que ahora los entienda mejor. Lo que quiero decir es que en pocas ocasiones le he sido tan fiel a un poeta. A sus imágenes, a su estilo, a su música. Y, no menos, a su vida. Al lado de la Bachmann, veo en mi biblioteca las fotos de Pound y Lowell, Pasternak y Ajmátova, William Carlos Williams y Antonio Machado.

Después de aquellos poemas iniciales, fueron lecturas dispersas en traducciones más o menos desafortunadas. Y un día me enteré de que Ingeborg Bachmann también escribía novelas y cuentos. Como aquel "Ojos dichosos", con la protagonista, Miranda, siempre extraviando los anteojos y siempre buscándolos. Hasta que alguien me dijo: "Miranda no puede encontrar sus anteojos sencillamente porque sin ellos no ve nada. Tú no sabes lo que es eso porque no los usas". Pero "Ojos dichosos" es una metáfora. Una alegoría del desamparo de la mujer ante la visión "20/20" de lo masculino. Al final, Miranda, según recuerdo, es abandonada, mientras buscaba sus dichosos lentes.

Desde hace unos años han venido apareciendo en castellano los distintos libros de la Bachmann. En 1999, Hiperión dio a conocer una cuidada edición de Ultimos poemas. Y ya en 1991, Cátedra había hecho lo propio con El tiempo postergado. En inglés, Charles Simic escribió la introducción a los Poemas completos en la versión al inglés. En italiano, la editorial E/S se encargó de editar Invocación a la Osa Mayor, que es la que leo ahora, mientras camino lentamente desde la iglesia San Giovanni Battista dei Fiorentini hasta el N0 66 de via Giulia, donde las llamas alcanzaron a la bella Ingeborg durante la noche romana del 17 de octubre de 1976. Su indeclinable pasión por la ciudad del Tíber la expresó en el hermoso "Imagen nocturna de Roma":

Cuando el columpio secuestra las siete
             colinas,
también hacia arriba se desliza,
abrazada y cargando con nosotros,
el agua sombría,

sumergida en el lodo del río,
hasta que los peces
se reúnen en nuestro regazo.
Entonces, cuando es el turno,
también nosotros nos alejamos.

Las colinas se hunden
y nosotros subimos y compartimos
cada pez con la noche.

Nadie salta,
es así: sólo el amor de otro
nos eleva.

Christa Wolf, hablando de la Bachmann, habla de la "milagrosa existencia de Roma". No otra cosa percibió la gran poeta durante sus largos años en la ciudad. Es lo mismo que sentimos cuando caminamos la oscuridad, desde el Panteón hasta Teatro Pompeyo: "Las colinas se hunden / y nosotros subimos y compartimos / cada pez con la noche".

Alejandro Oliveros. Ensayista y poeta

 

 

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Despedida


La carne, que envejeció muy bien conmigo,
la mano rugosa, que sostuvo fresca la mía,
ha de quedarse sobre el pálido muslo,
rejuvenecerse la carne, por un instante,
para que así venga más rápido el derrumbe en ella,
rápido llegan las arrugas, casi sanas,
y todo sobre la rígida musculatura.

No ser amada. El dolor podría ser aún
mayor, Se siente muy bien, toca a la puerta.
Pero la carne, con su línea abierta en la rodilla,
las arrugadas manos, todo ello sobrevino de noche,
el curtido omóplato, donde ya no crece ningún verde,
donde alguna vez se mantuvo oculto un rostro.

Avejentada en cien años, en un solo día,
El confiado animal fue llevado bajo latigazos
a su armonía preestablecida.

Niños de Julio

Por nuestros propios medios nonatos,
mis niños de julio, las monstruosidades
que se mueven con el pie mutilado, no lo sabemos,
que agitan el muñón, no lo sabemos,
y la cabeza perdida.
Por nuestros propios medios,
perdiendo la cabeza,
mis queridos niños
nada les habría podido enseñar
pero bien alimentados les habría hecho
enamorarse de lo otro, del viento en el aire
Unos miles de ellos en Julio
habría sido siempre Julio
monstruos alimentados
desde mi ternura
que es lo que buscáis vosotros, espectros etéreos
Transformadores del mundo, vosotros me
lo habríais cambiado el mundo
y cambiármelo hasta la muerte por cariño
hasta la muerte para algo otro
Viento en el aire el papel jironeado
que se desgarra, antes que alguno pueda
leer lo que ha sucedido
como se os ha arrancado
de mí, se ha desgarrado el jirón de
papel que no puede sin embargo leer aun nadie.


La noche de los perdidos.
El final del amor


Una luna, un cielo
y el mar obscuro.
Tan sólo eso, y todo obscuro.
Tan sólo eso, porque es de noche.
Y nada humano
entreteje además esa acción efectiva,
Que me reprochas también tú
y semejante amargura
No lo hagas.
Nada mejor hay que yo pudiera conocer
sino amarte, nunca
pensé,
que a través del sudor de la piel
se me haría presente
el […] mundo.

[Sin título]


Observad, amigos ¡acaso no lo veis!
que no lo he sobrevivido ni menos resistido, no lo veis,
que voy hacia adentro, que
para aquél de ahí yo voy hablando por dentro, que
me repliego y desdeño
mi cabello, que embolso mis manos
retiro mi palabra, no lo veis,
observad,

que me marcho, que voy
cayendo, que me entrego,

y grito, porque los locos
buscan tanteando a sus protectores, como
yo a mi guarda.

[Sin título]


Qué difícil es perdonar,
un trabajo muy lento y muy arduo,
del que sola me he ocupado
durante ya muchos años.

El odio me ha enfermado,
me siento deformada, estos abscesos
me prohíben incluso mostrarme
junto a los hombres.

Sólo sé que yo
no puedo odiar más de este modo
ni desear tu muerte,
la cual tampoco deseo,
ni cumpliría yo por mi mano,

He aprendido que la mía
ha de amar a sus enemigos, y
esto es tan simple, pues si no cómo
podrían luego mis enemigos
hacerme más de un mal.
Si se extravía una bala,
si alguien me escupe en a cara,
como ayer, no me guardo pensamientos
contra el amor que me ha sido dado.

Tengo miedo ante el amor
que me has infundido tú,
con la intención más cruel.
Totalmente ajada de cortantes ácidos,
venenos de todo tipo, por el opio,
aturdida por completo en mi destrucción.
Puesto que ya no vivo más en ti,
y muerta me encuentro ya, donde estoy.
Lo que cuentan y persisten son las cúpulas
comen dos veces al día, satisfacen
luego sus necesidades, e
imploran por los medicamentos,
que me han de sumir en un largo sueño.

 

 

FUENTE: VERBIGRACIA

 

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